Hay veces en las que tienes tantas cosas que hacer que se te quitan las ganas de decir todas las cosas que tienes pendientes. Y te concentras en vivir, porque hay que levantarse temprano, y acostarse a una hora decente, y madrugar. Y has empezado a tener la costumbre de despertarte una hora antes de que suene el despertador. No te gusta llegar tarde y estás empezando a cogerle tirria al llegar demasiado temprano. Las olimpiadas y el transporte a horario nunca se han llevado demasiado bien. Menos hoy, en el trabajo a las seis y cuarto. Siesta en el almacén hasta las siete. Aprendes a convivir, aunque más bien sea a no demostrar que tienes la razón la mayoría de las veces. A todo se aprende. Pasas de la vagancia inglesa y el trabajo se hace menos aburrido, aunque deseas volver a algo que tenga más que ver con lo tuyo. Te tiembla la mano, y no dices todo lo que tienes que decir porque después de un tiempo te empiezas a plantear si realmente vale la pena...