Hoy los espaguetis tenían sabor a melancolía. La melancolía de las palabras que se dijeron pero no se cumplirán. El postre tenía sabor a lágrimas. Las derramadas por saberse errada desde hace tanto tiempo. Lágrimas amargas que han dejado ojos vidriosos y una mente vacía. Una mente vacía de pasado, de lo que ya no quiero ser. Pero con la certeza de que el camino que se plantea por delante es el que tengo que recorrer. La certeza de que no quiero estar sola, de que quiero, quizás por primera vez, reconocer a Dios en mis caminos, no sólo en la fachada externa de mi vida, la que todos pueden ver, sino donde más lo necesito, en la parte interna, donde muchas veces el caos hace que sienta que nunca llegaré a ser lo suficientemente buena. Ha hecho falta una nueva decepción para darme cuenta del tamaño de mis miedos, hasta de los que creía superados. Un dolor que deja huella, que moldea, espero que lo suficiente para no permitirme volver a caer en los mismos errores. Vuelvo a empe...