Los noventa años le alcanzaban y vivía inmerso en el recuerdo. Sentado en su sillón miraba por la ventaha hacia el patio y sus ojos veían en el suelo de cemento niños jugando con coches de hojalata, muchachas luciendo vestidos de domingo y mozuelos con camisas almidonadas queriendo ser el objeto de sus deseos. Las madres empujaban cochecitos de bebé mientras conversaban y los ancianos, igual que él ahora, iban acompañados por bastones, de esa edad amigo fiel. Una y otra vez recorría la misma estampa para volver a aquel día en el que los ojos de ella lo miraron por primera vez. Siete decadas no habían podido borrar esa impronta en su memoria y desde hacía casi diez años era lo único que quería recordar.
de rAnita nOe
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