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recuperandO V y FIN

Las ganas de llegar hacían que Pedro solo detuviera el coche para llenar el depósito. Las horas se le hacían eternas mientras contaba los kilómetros que le faltaban como un atleta cuenta los metros que le quedan para llegar a la meta. Si bien no tenía la certeza de encontrar a Marta en Kendal tenía el presentimiento de estar sobre la pista correcta.

Cuando llegó al pueblo estaba amaneciendo. Majestuosas montañas rodeaban el pequeño valle donde se situaba el pueblo que parecía escavado en el verde que lo rodeaba. El sol empezaba a disipar la neblina nocturna dándole así al pueblo un aire fantasmagórico. Los primeros habitantes ya estaban en la calle dando comienzo a sus labores, panadero y lechero repartiendo el desayuno, el dueño del kiosco colgando los periódicos del día. Pedro aparcó el coche en lo que le pareció la plaza mayor del pueblo y después de asegurarse que estaba presentable salió del mismo para dirigirse a una pequeña taberna que estaba abierta.

Los lugareños miraron fijamente al forastero que entró y se sentó en una mesa cerca de la ventana. Después de pedir un copioso desayuno, consumirlo y pagar se levantó y se fue como había llegado, sin cruzar palabra con nadie más que la joven camarera.

Momentos después de salir de la taberna y recoger la maleta en el coche Pedro se dirigió hacia una modesta pensión que había al otro lado de la placita. Pidió una habitación para ese único día pues lo único que quería era darse una ducha además no sabía a ciencia cierta cuanto tiempo se quedaría allí, todo dependía de lo que pudiera averiguar sobre Marta. Lo primero que hizo después de ducharse y cambiarse de ropa fue llamar por teléfono a su socio para decirle que estaba bien, eso sí, evitando darle muchos detalles sobre el viaje urgente que le había surgido. No quería preocuparlo y tampoco que lo tomara por loco.

Salió de la pensión y compró el periódico más por entablar conversación con el quiosquero que por el interés que tenía en las noticias.
- Buen día, ¿me da el periódico de hoy?- dijo amablemente. El dueño del kiosco le tendió su compra al tiempo que le decía – No es usted de aquí ¿verdad?- Siendo la pregunta más que obvia Pedro decidió contestar amigablemente para poder preguntarle por Marta. – No, no, soy de Trowbridge, más al sur que Londres. Estoy de visita, en realidad he venido a ver a una amiga, pero creo que las indicaciones que me dio son bastante difíciles para que las pueda entender.- Al quiosquero se le iluminaron los ojos y en un ademán solidario se traicionó a si mismo. – Puede decirme el nombre de su amiga, seguro que la conozco, siendo el pueblo tan pequeño nos conocemos todos- Cayendo en su error desvió la mirada esperando que Pedro reaccionara. Este sin dar muestras de haberse dado cuenta le dijo – Marta Dandelion, mi amiga se llama Marta Dandelion.- El quiosquero entre cerró los ojos como queriendo ayudar a su memoria a recordar ese nombre. Después de unos segundos los abrió enormemente para decir con voz de jubilo – ¡Le dije que la conocería! Bueno, en realidad no, pero si a la familia Dandelion. La verdad es que no hay ninguna Marta, pero puede que usted se haya confundido de nombre. Puede encontrar la casa de los Dandelion al final del camino si sigue por aquella calle de la izquierda. Cuando salga del pueblo gire a la derecha en el primer camino, es la entrada a la propiedad.
Dándole las gracias Pedro se despidió para montarse en el coche y salir del pueblo tan despacio como le permitían sus nervios.
Lo que el quiosquero había descrito como camino era en realidad una gran avenida flanqueada por enormes árboles. Al final se divisaba una gran casa victoriana muy bien conservada. En la entrada de la avenida Pedro había visto un gran cartel que decía “FAMILIA DANDELION” y sabiendo que no se equivocaba siguió su camino hasta llegar a la casa. Algo se derrumbó dentro de él cuando se percató de que todos los postigos de las ventanas estaban cerrados. Al aparcar frente a la puerta se dio cuenta de que a pesar de estar bien conservada la casa tenía las marcas del tiempo, marcas que delataban el abandono en el que se encontraba. La pintura de las ventanas estaba descascarándose y en el piso superior cerca de uno de los balcones había una oscura mancha de humedad. Antes de desanimarse Pedro se percató que el jardín no parecía abandonado, el césped estaba meticulosamente igualado, la tierra removida y los rosales de la entrada estaban podados. En seguida pensó que posiblemente habría alguna caseta para el jardinero, seguramente detrás de la casa. Bajándose del coche se dispuso a rodear la casa cuando unos fieros ladridos lo detuvieron en el lugar donde estaba. A su espalda sonaba cada vez más cercano el ruido de las pisadas de un perro y sus ladridos solo aumentaban su frecuencia. Intentando parecer seguro se dio la vuelta lo mas calmadamente que pudo para no demostrar su miedo y tuvo que contener la risa cuando vio a un cachorrito golden retriever armando tal algarabía. El pequeño perro no sabía si mostrar los dientes o mover la cola, así que hacía las dos cosas intermitentemente. Pocos segundos después Pedro pudo escuchar una voz que llamaba al perro desde el otro lado de la casa. - ¡Chester! ¿Dónde te has metido? Vamos, aparece de una vez, no tengo toda la mañana para buscarte, se bueno y…-
La voz de Marta se cortó en el momento que vio a Pedro frente a ella. Iba vestida con unos sencillos vaqueros y una camiseta cubierta por una fina chaqueta de lana, entre las manos una cesta llena de flores. La cesta cayó de sus manos dejando desparramadas las flores a su alrededor mientras las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas. Pedro avanzó hacia ella.
–No, no te acerques- una mano limpió los rastros de las lágrimas que habían cubierto sus mejillas como haciendo lugar a las que seguían saliendo de sus ojos.
- Necesito hablar contigo, Marta, solo hablemos, prometo que después me iré si eso es lo que quieres. Solo quiero hablar.-
Chester había vuelto junto a su dueña y se entretenía en morder las flores caídas de la cesta. Sostuvo una de ellas entre los dientes cuando Marta lo levantó del suelo y lo abrazó. Cuando se dio cuenta de que no le iba a reñir por comerse las flores siguió mordisqueándola tranquilamente.
- No tenemos nada de que hablar, pero te daré cinco minutos para que me digas lo que me tengas que decir y después te marcharas. - dijo Marta, que parecía haber recobrado su serenidad después de abrazar a Chester.
Con paso decidido Marta se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la parte trasera de la casa. Pedro la siguió a una distancia prudencial mientras buscaba las palabras que diría.
La parte trasera de la casa también tenía los postigos cerrados pero el jardín también estaba cuidado. Marta se separó de la casa principal y siguió caminando por un sendero de piedras que los llevó hasta una especie de casa de servicio. El exterior engañaba totalmente a la vista porque el interior de la casa se encontraban todas las comodidades que uno pudiera pedirle a una casa.
Una vez Marta puso la tetera al fuego volvió al salón donde encontró a Pedro sentado en uno de los sillones. Parecía que con ese gesto le estaba diciendo que no se iba a ir sin saber la verdad. Los ojos de Marta se humedecieron. Quizás sería mejor decirle la verdad para que él se desencantara y la dejara sola al fin. En seguida Marta apartó la idea de que quizás se quedaría con ella, era algo que no iba a ocurrir y no tenía que hacerse ilusiones. Tenía bastantes preocupaciones como para encima tener que cultivar ilusiones en vano.
- Pedro, ¿por qué has venido? Prometiste que no me seguirías.
- No te seguí, hice lo que me dijiste. No fui a tu casa ni tampoco a tu trabajo.-
-¿Cómo me has encontrado? Sólo Loren sabía donde estoy y estoy segurísima de que el no te ha dicho nada-
- Tienes razón en eso, me dijo cosas, pero ninguna sobre tu paradero. Solo hablé con Alberto y el me dio la pista del norte. Lo demás fue una casualidad-
- Le dije a Alberto que me iba al norte porque sabía bien que no iba a buscarme a pesar de lo mucho que me quiere.- Lentamente Marta se acercó al sillón contiguo al de Pedro y se sentó.
- Marta, necesito que me digas porque te marchaste así.- le dijo mirándola a los ojos.
- Has hecho un viaje demasiado largo para que no sea sincera contigo. Después podrás irte tranquilo y volver a tu vida normal. En el fondo sabía que algún día me encontrarías pero no pensé que iba a ser tan rápido. Me fui de Trowbridge porque estoy enferma. Hace un par de meses los médicos me diagnosticaron retinitis pigmentosa. Para no complicarte las cosas, me estoy quedando, o mejor dicho, me voy a quedar ciega en un tiempo.-
-¿Por eso te fuiste?- Pedro sintió como el peso de su cuerpo se elevaba y el alivio inundaba cada parte de su mente. Sabía lo que tenía que hacer y lo haría.
- Claro que me fui, los médicos me dijeron que el avance de la enfermedad era más rápido de lo normal así que arregle todo para venirme a vivir a las tierras de mi familia. De momento estaré sola hasta que ya no pueda valerme por mi misma y después mis padres vendrán a vivir conmigo.-
- No será necesario. Yo voy a quedarme contigo.- dijo Pedro al tiempo que alargaba su mano y acariciaba la mejilla de Marta para borrar el rastro de una lágrima.
- Pedro, no puedes hacer eso, ¿no has entendido que me voy a quedar ciega? No tiene cura, es cuestión de tiempo. No podré volver a verte. -
Pedro se acercó a ella y antes de darle un beso en los labios susurró.
-Yo siempre podré verte a ti.-



Tengo que decir que es un final un poco "apurado" pero es que ya se había hecho muy largo.
Besos

de rAnita nOe

Comentarios

Martini ha dicho que…
Apurado o no, ha quedado genial!!!

Un beso, con tu permiso.
Anónimo ha dicho que…
A mi me gusta.
Estos finales tipo Casablanca de "siempre nos queda Paris" me encantan, me gusta que el amor triunfe.
muchas gracias

Pirilón
NaT ha dicho que…
Qué quieres que te diga... no es por ser la parte de la primera parte y haber colaborado :) pero a mi la frase final me ha encantado.
Ella aprendreá que el amor no siempre hay que mirarlo con los ojos.
Un beso de rana.
Te ha quedado estupendo

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